Las masas se dispersaban
como si quisieran abrirme paso a ti.
De noche todos los gatos son pardos,
pero vaya par de perros somos,
que supimos encontrarnos entre la multitud
el frío, y la oscuridad.
Esta vez,
ese encuentro, ese reencuentro, ese abrazo,
supo a "cuanto tiempo sin tenerte cerca".
Y caminamos,
y nos quedamos quietos,
y de Colón a Cibeles
nos pusimos al día en silencios.
Por supervivencia al frío
o por el simple hecho
de poder sentirnos cerca
sin un milímetro de distancia,
acabamos cuesta abajo
sintiendo uno,
el calor del otro.
Y una rana,
algo hippie y bohemia,
nos miró de reojo al pasar.
Y llegamos al punto,
donde se podía oler a sangre a lo lejos.
A rabia de perros enjaulados,
marionetas de un alguien,
personas poco personas...
Pero había que volver.
¿Me acompañas?
Te acompaño y me voy contigo.
Me quedo aquí.
Un rato más,
unas horas.
Pierdo el bus,
que les jodan.
Ya me buscaré la vida...
Pero no.
Sólo fue un sí, ¿hasta la parada de metro?
Y hasta la parada de metro fue.
Llegamos,
y Madrid, pudo ser testigo de una nueva despedida.
Me hubiera quedado allí,
así,
en eternos minutos.
Tus labios fríos
mis manos frías
y el calor interno.
Me removiste,
como haces siempre.
Aun así, por un momento
dejó de oler a sangre
y una burbuja de paz nos envolvió.
Pero Madrid,
esa noche,
también fue testigo de g.u.e.r.r.a.
Etna Suárez.